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PACOS EN FUGA

El 18 de octubre de 2019 marcó un hito en la historia moderna de Carabineros. Tras el estallido social, la aprobación y confianza hacia la institución alcanzaron bajos históricos que se mantienen hasta hoy, la deserción ha sido masiva y las postulaciones a la Escuela de Carabineros sufrieron una caída récord. A un año del estallido, conversamos con algunos exfuncionarios que renunciaron luego del 18-O, quienes acusaron falta de apoyo de los altos mandos, poca preparación y condiciones laborales indignas. Cómo les cambió la vida, responsabilidades y lo que significa ser un funcionario estos días: “Hoy en día ser Carabinero da vergüenza”, dice uno.

Miguel, que en realidad no se llama así, llega puntual a la entrevista. Viene desde el sur, de la comuna de Arauco, y viene con ganas de hablar, de contar cómo cambió todo en Carabineros después del 18 de octubre pasado. Quiere explicar el poco apoyo por parte de los altos mandos a sus funcionarios, la nula preparación de los funcionarios y las condiciones indignas en las que tuvieron que salir a trabajar. Pero por sobre todo, Miguel quiere desahogarse y contar algo que hizo, en diciembre, junto a otros tres carabineros de Fuerzas Especiales y que quedó sellado en un pacto de silencio entre quienes participaron. Según él, el estrés, el hambre y la falta de sueño que trajo el estallido sobrerevolucionó a muchos carabineros. A él también.

Miguel bordea los 50 años y llegó a ser suboficial mayor de Carabineros, el rango más alto que existe dentro de Orden y Seguridad. Le tocó vivir el estallido social “en la zona roja del conflicto mapuche”. Dice que el caso de Camilo Catrillanca agitó esa zona, pero nada comparado con lo que se vino a partir del 18 de octubre.

“Después del estallido ya no nos preparábamos para un servicio normal, íbamos equipados para la guerra, con bombas lacrimógenas, bombas de humo, escopetas, doble equipamiento de seguridad, escudos, todo. Ya no eran las mismas 12 horas de servicio, sino que 16 o más horas continuadas, incansables, con poco apoyo logístico, ni siquiera un baño químico decente, una colación decente, nada. El hostigamiento psicológico de parte del mando es el que más cansa. Se notaba en el ambiente, ya no había sonrisas o una talla, andaban todos muy estresados. Se duplicaron las horas de trabajo por la misma plata, uno se arriesga por muy poco. Prefiero salir por la puerta ancha y disfrutar a mi familia”, dice.

¿No se sentían respaldados por la institución?


No, nada de nada. Nos dejaban a la suerte, sálvese quien pueda. La planta de arriba de Carabineros está en un escritorio, con su café, aire acondicionado, su televisión. Pero no anda en la calle con un equipo que pesa 14 kilos enfrentando a turbas, pasando hambre, frío, con incomodidades hasta para las cosas más básicas como ir al baño. Nosotros no podíamos hacer uso de armas de fuego, solo escopetas con perdigones de goma, siendo que desde el otro lado tenían M16, armamento de guerra, perdigones de fierro y nosotros no podíamos hacer uso del arma de fuego por instrucciones del mando. Te repito, no sentimos ningún apoyo de parte de la institución. Si usted me pasa una pistola, debo poder usarla. Si a mí me están disparando balas de verdad, cómo voy a responder con balas de goma, no entiendo.


¿Hubo protocolos que se pasaron por alto?

Para serle sincero, sí. Hubo uno en particular que si se hubiera tomado apegado a la ley, habría sido de connotación pública, pero con todo el tema del estallido se cuida mucho la imagen y no se adoptó como debería haber sido. Se vieron muchos más de estos casos, como que ya no existían reglas, no existían protocolos. Se empezó a sentir el estrés, el nerviosismo y la inseguridad, y eso te lleva a hacer cosas. Todo era ‘démosle para adelante, total no nos va a pasar nada’.

¿A qué situación se refiere?

Hice una cosa puntual de la que hasta el día de hoy me arrepiento, algo que no hubiera hecho antes. Esto se tapó, se tapó y se tapó. –Hace una larga pausa y sigue- Yo estaba con otros tres carabineros de Fuerzas Especiales, en un bosque cerca de Arauco. De pronto nos encontramos con tres jóvenes que traían acelerantes, lo que nos daba claras pistas que querían quemar algo. Los retuvimos e hicimos uso de nuestras armas de fuego, de escopetas. Yo no disparé, pero di la orden. Les dispararon abajo, a las piernas, cayeron y fuimos a ver que fueran lesiones y que estuvieran vivos. Les dijimos que si no se iban, el próximo iría a la cabeza. Constatamos que no nos iba a pasar nada y nos fuimos.  

Miguel se pone a llorar, toma agua y sigue: “No reportamos el uso de la munición ni nada. Hicimos un pacto de silencio entre todos los que estuvimos involucrados y sería todo. Me arrepiento mucho porque eran cabros, podrían haber sido mis hijos. Ellos solo estaban peleando a su manera, porque mi hijo también pelea a su manera. Hasta el día de hoy digo cómo pude ser tan malo”.

Tres días después de ese hecho, Miguel presentó su renuncia voluntaria a la institución, a falta de pocos meses para cumplir los 30 años de servicio. “Muchos cumplieron los 20 años, que te asegura la jubilación, y presentaron su renuncia. Es una pena la imagen que tiene hoy la institución, se perdió el respeto por los carabineros. Éramos una institución que contaba con la confianza de todo el pueblo. Los niños nos invitaban a las escuelas, éramos autoridad. Ahora da pena ver a los pobres carabineros pisoteados por todos los poderes del Estado. Yo pediría que hubiera más preparación en términos de que venga un experto y designe a las personas que van a poder usar la escopeta antimotines o el disuasivo químico, pero esa persona va a tener una capacitación certificada ante cualquier autoridad y va a ser la responsable ante todo, ante el mando de Carabineros, ante la justicia, etc. La ignorancia es la que hace cometer muchos errores”.

EL OASIS DE LATINOAMÉRICA

Durante las últimas décadas, Carabineros fue de las instituciones con mejor evaluación por parte de la ciudadanía y esa percepción traspasaba las fronteras. En 2008, Chile se ubicaba en el primer lugar de todos los países de la región en cuanto a la confianza en sus policías, según LAPOP, el Proyecto de Opinión Pública de América Latina, promediando una nota 5,0; y hasta 2017, la institución lograba niveles de confianza de hasta 77%, según Cadem. Pero en marzo de 2017 todo empezó a cambiar, cuando el entonces general director de Carabineros Bruno Villalobos confirmaba, a través de una conferencia de prensa, el mayor fraude de la historia del país, el “Pacogate”, con un monto que hoy supera los $29 mil millones. La confianza cayó 13 puntos de forma casi instantánea según la misma encuesta. Luego vino el caso de Camilo Catrillanca y la “Operación Huracán”, el de Fabiola Campillay, Gustavo Gatica y los otros cientos de casos de daños oculares y violaciones a los derechos humanos luego del estallido, y más recientemente, el caso del joven que fue arrojado desde el puente Pío Nono: en enero de este año, Carabineros alcanzó su aprobación más baja de su historia (17%) según CEP, y hoy el rechazo alcanza el 64% según estudio de Chile 21.

Pero no fue solo la confianza ciudadana la que se desplomó: las postulaciones a la Escuela de Carabineros cayeron en un 71% con respecto a 2019 según cifras del Ministerio del Interior y las renuncias voluntarias se dispararon: solo entre octubre y diciembre de 2019, se contabilizaron 146 retiros, 23% más si se compara con el año anterior.

Recientemente, el Ministerio Público reportó 8.575 casos de violaciones a los derechos humanos luego del estallido y con un total hasta el momento de 16 carabineros dados de baja por su responsabilidad en los hechos. Daniel Soto fue uno de los creadores del departamento de Derechos Humanos de Carabineros y lo encabezó entre 2011 y 2018. Fue docente de Carabineros hasta septiembre de este año, cuando cuestionó, mediante sus redes sociales, la responsabilidad de los altos mandos en el uso de la fuerza. En su cuenta de Twitter publicó: “¿Existe la responsabilidad del mando policial por el uso de la fuerza? Sí, en el estándar internacional se entiende que la responsabilidad del empleo de la fuerza y de armas de fuego recaen en quienes participan en un incidente somos los superiores respectivos”. Luego de la publicación, Carabineros le terminó su contrato de manera anticipada.

¿Sigue sosteniendo lo que dijo?

Fue una reflexión académica de cuál es el alcance de la responsabilidad de mando. En el empleo de armas de fuego hay una responsabilidad en vista de quien ejecuta la acción y una responsabilidad administrativa respecto del mando. El mando tiene una obligación en el derecho internacional de una debida diligencia, tiene que haber gente entrenada investigando.

Cuando un carabinero viola los derechos huamanos, ¿es el Estado el que los viola?

Cuando un carabinero restringe ilegalmente los derechos de una persona, adquiere una responsabilidad personal de tipo administrativa, disciplinaria, tipo penal. Al mismo tiempo, de esa restricción ilegal y arbitraria a los derechos humanos, surge una responsabilidad del Estado en aclarar y garantizar que la conducta no se repita. Esa garantía de política pública le corresponde al Estado. Y cuando se trata del uso de la fuerza, la responsabilidad de aclarar es del mando policial.

¿Se tomó de forma distinta el tema de los derechos humanos después del 18-O?

Sí hubo instrucciones internas de reforzar ciertas materias, relacionadas particularmente al uso de la fuerza. Al enseñar esto había mayor interés por debatir casos específicos que se estaban discutiendo en ese momento. En el punto de mayor violencia social, el Estado no se portó bien con los carabineros, porque el Estado tiene la obligación de brindar condiciones básicas como el equipamiento, descanso o entrenamiento. El INDH nunca mencionó la violencia interpersonal que recibieron carabineros, ver de qué manera la violencia les afectaba la integridad de los propios funcionarios. Ellos son funcionarios públicos pero requieren un reconocimiento jurídico y social.


8.575 denuncias por violaciones a los derechos humanos desde el 18 de octubre ¿qué le parece ese número?

Primero, una denuncia es un indicio de la probabilidad de una existencia y no acredita por sí misma el hecho. Ahora, en términos generales, es una cifra muy alta, pero lo que habría que verificar es en relación al número de eventos o si está dentro de los razonable en tiempos de violencia.

¿Cree que lo mejor es que Mario Rozas renuncie?

Prefiero referirme solo a mi tema de conocimiento.


“HOY EN DÍA SER CARABINERO DA VERGÜENZA”

Sergio prefiere no dar su apellido. Trabajó hasta marzo de este año en Carabineros, en Talca, y renunció luego de 23 años ligado a la institución, donde llegó a ser sargento segundo. Desde el teléfono, repite varias veces que se instaló una psicosis colectiva en contra de la institución, que Mario Rozas debería haber renunciado hace rato y que el organismo va a seguir enfrentando una deserción masiva de funcionarios si la situación en las calles no mejora. El día a día dentro de Carabineros post 18-O cambió radicalmente. “Ya no eran los mismos horarios, se comía mal, se dormía mal, ya no se tenía vida familiar. La vida de un policía nunca ha sido normal, pero acá hubo un desgaste emocional gigante. Además, hay un gobierno que no da apoyo, un general director que no da apoyo y por tanto no hay garantías para actuar de carabinero. A los de la calle nos tiran a los leones y la plana de arriba defiende sus status, solo buscan cuidar su carrera, serle leal al gobierno de turno. El general es de preferencia política solamente. ¿Qué puede decir Mario Rozas de la calle? Es un administrador, no un líder y no defiende a su gente, él no nos representa. Debería haber renunciado hace rato”.

Sergio dice extrañar los valores antiguos que encarnaba la institución. “Ahora les digo a mis hijos que no digan que su papá es carabinero, los van a molestar, a hacer daño, que tu papá es violador, un abusador. Antes había más respeto. Hoy en día ser carabinero, activo o en retiro, da vergüenza. Mucho carabinero se quiere retirar, hay algunos conversando con las familias, sobre todo los que ya cumplieron los 20 años”.

¿Qué es lo más urgente que tiene que cambiar?

Debería existir un solo escalafón, donde quien llegue al último grado llegue por méritos y no por un fin político. Nosotros no podemos dar nuestra opinión. Oficiales y suboficiales manejan la situación y nosotros somos personal. Funciona como una dictadura. Si nosotros hacemos algo, nos dan de baja con un informe de mala conducta. Ellos en cambio se van con retiro voluntario y gozan de beneficios, se retiran con una cantidad de plata 5 o 7 veces mayor a la de uno y lo peor es que ellos dañaron la imagen y prestigio. No estoy en contra de la institución, acá resaltan lo feo pero se olvidan de lo bueno que hemos hecho. No cualquiera es policía, no cualquiera arriesga la vida por otro, no cualquier se tira al mar a rescatar a alguien o sale a defender a una mujer en medio de la noche. Espero que las cosas cambien ahora con todas las reformas que se están preparando.

Quien también comparte que existe falta de apoyo es Carlos. Aunque duda si aparecer o no con nombre y apellido, finalmente prefiere cuidarse. Entró a la institución en 1993 y renunció tres meses después del 18 de octubre. Su último tiempo lo pasó en la comisaría de La Pintana. Al momento del estallido, ya había cumplido los 20 años dentro de la institución y quería sumarle unos pocos más para mejorar su pensión, pero no aguantó más. Hoy trabaja un taxi y tiene una oficina de turismo en Santiago Centro. Es desde el taxi, estacionado en una Copec de Avenida Pajaritos, que habla sobre cómo cambió todo después del estallido. “Había mucha incertidumbre, te citaban a las 3 am a retirar tu equipo, que ahora eran escudos, lacrimógenas, protectores y después no sabías qué iba a pasar. A lo que saliera no más. En el periodo que me fui se estaban yendo otros 12 polis más, mis padres todavía me dicen que es la mejor decisión que he tomado en mi vida, que me fui justo a tiempo. Me aburrí de las protestas, de que los carabineros nuevos no saben o no supieron aplicar los protocolos para restablecer el orden”.

¿Por qué tantos casos de violaciones a los derechos humanos?

Te doy un ejemplo. A nosotros nos mandaron a hacer un curso para certificarnos en el uso de escopetas. Lo terminamos. ¿Sabes cuántas veces las ocupamos? Ninguna. Era porque decían que las escopetas eran solo para los señores oficales. Lo más fácil es esconderse, al paquito lo mandan al choque y que aguante. Falta mucha preparación. Las escopetas las tienes que disparar de la cintura hacia abajo, no a quemarropa. En todas las protestas en las que estuve, vi que eran todos los tiros directos. Se les pasó la mano, y en todos los grados. Eso porque no había preparación, cuando un carabinero nuevo sale a la calle, sale desesperado, superpolicía. Hubo muchos excesos. Los altos mandos tienen que ser responsables, capacitar mejor a su gente. No puedes pasarle una escopeta a alguien que siempre ha estado en una oficina, va a salir a la calle a disparar a mansalva.

¿Cómo se cambia esto?

Tienen que cambiarse el nombre, no sé. Cambiar el color de su uniforme, tiene que existir una nueva policía. ¿Mario Rozas? Es un general que ni lo veo. Lamentablemente esto fue una movida política que lo llevó a su cargo. Él nunca ha sacado la cara por Carabineros. Cuando la PDI se vio envuelta en un caso que les falsearon una declaración de una detenida que había sido golpeada, salió el director de la PDI y dio la cara por su gente. Esto es todo pituto. Tuve un compañero de curso que postuló 11 veces a la escuela de suboficiales y nunca quedó, queda el gallo con pituto. Mientras no le den apoyo a los funcionarios esto nunca va a cambiar. Un colega más viejo siempre me decía: entrar a Carabineros es estar a un paso de la cárcel o a un paso del cementerio.

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