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EL NUEVO GABO

Se le considera el secreto mejor guardado de la literatura colombiana. Tomás González, el escritor de bajo perfil que los círculos literarios califican como el sucesor de García Márquez. La obra que lo sacó del anonimato fue “La luz difícil”, que en solo seis meses se tradujo a cuatro idiomas. Lo definen como uno de los mejores escritores de lengua española. Y su vida supera toda ficción.

Revista Caras, enero de 2013.

Pocas personas pasan por tantos momentos difíciles como Tomás González. Menos aún los que logran salir adelante. Quizás por eso no es de hablar con la prensa. Quizás por eso vive en Cachipay, un pueblo a tres horas de Bogotá, en una finca, en medio de las montañas, con su mujer, tres gatos, una perra y una lora…

Nació en Medellín, en 1950. De niño se le describía como tímido, monosilábico y un insaciable lector. No iba a los bailes, pues prefería quedarse en casa, leyendo. Su pasión por los libros se comenzó a engendrar en ese momento. Sus papás tenían una buena biblioteca para él y sus siete hermanos. La mamá se encargaba de comprar libros para niños y jóvenes, y en las reuniones familiares se comentaba sobre las publicaciones recientes. Leían para divertirse.

Pero fue Fernando González, su tío, escritor y filósofo, quien explotó definitivamente su amor por los libros. Ambos eran vecinos, por lo que el ambiente resultó propicio para explotar las vocaciones literarias. González pudo presenciar el asunto de la literatura en carne y hueso, y cuando su tío Fernando se juntaba con sus amigos, un pequeño Tomás se sentaba a escuchar, cautivado. Pero cuando Tomás tenía 13 años, su tío murió de un repentino infarto al corazón. Esa fue la primera gran pena del escritor, pero no sería la última.

A los 19 años, se marchó a Bogotá para estudiar filosofía y letras. A los dos años se aburrió. Luego, y por petición de su padre, entró a ingeniería químico. Duró un semestre. El tiempo libre, entonces, lo ocupaba en leer y escribir poesías. Pero la tragedia parecía marcar su vida.

Dos de sus hermanos fueron asesinados. El primero, en 1975, cuando el escritor tenía 25 años. Daniel, quien era el mayor de los hermanos, fue asesinado por el hermano de su novia, un cabo del ejército colombiano, que, al pensar que su hermana estaba embarazada, le disparó en un auto. Poco tiempo después, vendría el homicidio de Juan Emiliano, con quien guardaba una relación muy estrecha. En un confuso incidente, su mayordomo le disparó con una carabina y lo mató. Y fue precisamente ese caso el que lo inspiró para escribir “Primero estaba el mar” (1983), su primera novela. Por ese entonces, González comenzaba a trabajar como barman en una discotheque. Al no contar con dinero para distribuir su libro a través de una editorial, fue Dora, su mujer, junto a otro amigo, quienes imprimieron mil ejemplares que comenzaron a repartir a través de la barra de “El goce pagano”. El reconocimiento todavía no llegaba.

Ese mismo año, y por motivos económicos, tuvo que buscar suerte fuera de Colombia. Con Dora y Lucas, su único hijo, viajaron a Miami, donde Tomás escribió su segunda novela, “Para antes del olvido” (1987), y con la que ganó el Premio Nacional de Novela Plaza y Janés. Mientras, de vuelta en Colombia, su primer libro se distribuía con buena acogida y mostraba un incipiente éxito.

Tres años más tarde, Tomás y su familia se embarcaron nuevamente, esta vez hacia Nueva York. Allí escribió poemas, tradujo libros t publicó una nueva novela, un compendio de cuentos y un poemario. Pero en 1995, otra mala noticia: a Dora, su mujer, le diagnosticaron esclerosis múltiple, lo que terminaría siendo un factor decisivo para el futuro de la relación. Vivieron otros 16 años en Nueva York, y en 2002 tomaron un vuelo de regreso a Colombia. Lucas, su hijo, se quedó.

Su talento comenzó a ser finalmente reconocido y se le dedicaron páginas y páginas de críticas. La editorial Norma reeditó toda su obra y su público crecía a diario, al mismo ritmo de lo que lo hacía la enfermedad de Dora. En 2009, cuando la esclerosis ya hizo insostenible la relación, ambos decidieron separarse. “Ya no fui capaz de cuidarla”, asegura. En 2011 lanzó “La luz difícil”, obra que finalmente lo consagró dentro de los escritores de lengua española. Hoy vive recluido junto a Amparo, su pareja. Prefiere dar entrevistas por mail, así tiene más tiempo para pensar en sus respuestas.

Ha pasado por momentos difíciles en su vida, ¿qué enseñanzas ha podido recoger y cómo eso lo ha ayudado a moldear su obra?
Me ha tocado vivir el dolor y la muerte, sí, y he tratado de mirarlos de forma tan desapegada como me ha sido posible y estudiarlos. Padecí el dolor como persona, pero también lo viví y lo “aproveché” como escritor. Lograr la profundidad y los matices de los tonos oscuros es importante para que la novela o el cuento alcancen toda su dimensión.

¿Qué corre por la cabeza de un autor cuando pasa de repartir sus obras en bares a ser traducido en varios idiomas?
El milagro que se produce es el mismo, sean siete lectores o siete mil: al leer la novela, cada uno de ellos vuelve a darle vida en su intimidad. La calidad no va a mejorar porque la lean más personas. Yo prefiero que sean siete mil, claro, porque me llega un poco más de plata, con la cual compro tiempo de escritura, y porque me defiendo mejor del otro peligro mortal que es la sensación de fracaso.

Vivió casi 20 años en Estados Unidos, ¿cómo evalúa esa experiencia y cómo le enseñó como escritor?
Por motivos económicos me tocó salir; eso influyó en mi obra y en mis temas. Yo pensaría que esa experiencia le dio un piso más amplio a mis escritos, un rango temático o vivencial más extendido. No quiero decir que los escritores tengan que vivir en el exterior para crear. El único requisito es estar vivo y prestar atención a las experiencias propias. Nueva York, donde viví 16 años, es mi ciudad, tanto como Medellín o Bogotá. Cuando voy, así sea para quedarme pocos días, no llego de visita, sino de regreso.

Imagino que no le gustan las comparaciones. Aun así, se dice que es el sucesor de García Márquez ¿Qué siente con eso?
Mi admiración por García Márquez es enorme y que me vinculen a él me parece halagador, por supuesto. Pero sé lo que valgo y lo que no como escritor. Aunque soy todo lo ambicioso que se puede ser, conozco mis puntos fuertes y mis limitaciones. El peligro está en quedarse a medio camino y terminar conformándose con muy poco, en medio de alabanzas generales. Yo me curo en salud leyendo a Mann, Rulfo, Henry James y otros de ese nivel de calidad. Así los humos se mantienen bajitos y puedo trabajar en paz.

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